Se suele definir la pornografía como la descripción obscena en obra, palabra,
imagen o sonido y, se define la obscenidad, como lo que hace referencia al sexo
de un modo malicioso o grosero; esto implicaría que hemos de llamar
pornográfico a todo material –escrito, gráfico, audible, físico o de
multimedia– que describa la sexualidad “con un carácter malicioso o grosero”.
Esto, de por sí, ya es bastante discutible (como veremos más adelante), pero
comencemos por analizarlo, recordando bien los términos que hemos utilizado:
Primero, la pornografía es una descripción y, segundo, la pornografía es
“obscena”.
Ante todo: la descripción de una cosa, no es la cosa misma; por lo tanto, el
sexo y los hechos de la sexualidad no son pornografía, aunque pueda serlo su
descripción; desgraciadamente, muchas personas incultas o prejuiciadas tienden
a confundir sexualidad con pornografía.
Además, la descripción de actos sexuales o cosas tocantes a la sexualidad, si no
es obscena, maliciosa o grosera, no es pornografía. Y es aquí donde suelen
diferir las opiniones, porque la apreciación de si hay obscenidad es totalmente
subjetiva ya que no existe un criterio único de lo grosero y lo malicioso, dado
que estas cualidades no son algo absoluto, sino que provienen de una
interpretación personal y de un (supuesto) consenso social, o sea, de que haya
un número suficiente de personas –y algunas de ellas lo bastante calificadas–
que coincidan en tal interpretación.
Lo dicho hasta aquí ya plantea la interesante cuestión de los casos límite...
Supongamos que se nos presenta una obra como El Satiricón de Petronio, El
Decamerón de Boccaccio, Sor Monika de Hoffmann, Fanny Hill de Cleland, o Lolita
de Nabokov (por citar únicamente obras literarias) y supongamos que hay
división de opiniones con respecto a si el libro puede considerarse o no
pornográfico… ¿Quién será lo bastante calificado para zanjar la cuestión? Si
los que están a favor presentan un experto, los que están en contra presentarán
otro con más títulos y así sucesivamente. En la práctica, el conflicto será
decidido por quienes tengan la sartén por el mango, es decir, por quienes
ostenten el Poder Público, esto es, por el Estado. En efecto, ocurre a menudo
que el Poder Público, considerándose como el “intérprete social autorizado”,
decide arbitrariamente lo que es pornografía y lo que no lo es. Y el Poder
Público justifica su actuación aduciendo razones muy válidas y serias, como son
la protección de menores y de la moral social en general, frente a los efectos
negativos de una representación maliciosa y grosera de los hechos sexuales.
Dejando aparte los casos dudosos y difíciles, en los que intervienen además
problemas tan delicados como el de la libertad de expresión del artista, todo
el mundo convendrá en que es correcto y adecuado que el Poder Público se
reserve un margen de actuación frente a posibles obras pornográficas; pero
ocurre a menudo que el Poder Público no refleja fielmente el consenso social,
sino que aparece mediatizado por otros intereses, generalmente políticos o
económicos. Esto se produce tanto a favor, como en contra de lo que se supone
como pornografía, según el Gobierno de turno y sus intereses.
Pero, la realidad del término es que “Pornografía” es una palabra de origen
griego que inicialmente significaba “Escritos de las Prostitutas”, refiriéndose
a los gráficos y escritos (“graphein”) que las prostitutas (“porne”) mostraban
a sus clientes, no sólo para excitarlos, sino para instruirlos, en especial en
el caso de jóvenes que recién llegaban a la pubertad y se iniciaban en el
contacto sexual. Para ponerlo más claro: Pornografía, inicialmente, no era otra
cosa que los Manuales Sexuales de los Griegos, pudiendo, por tanto, extenderse
el término al KamaSutra hindú, El Jardín Perfumado árabe... y los escritos de
sexólogos actuales como Masters y Johnson, Kinsey, Hooper y demás. Lo que
ocurre es que los Moralistas convirtieron esta palabra –así como tantas otras–
en un despectivo para condenar lo sexual... lo cual, aparte de semánticamente
incorrecto, es neurótico y hasta inmoral.
En realidad, la idea de los enfermos Moralistas es disponer de un término para
lanzar a quienes se atreven a mostrar lo sexual abiertamente, pues la
calificación de “Pornógrafo” implica una automática condena social (que puede
llegar hasta la persecución legal).
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