Corrompiendo Con Dulces
Veamos, por ejemplo, la fiesta de Halloween, tiene por origen el insidioso chantaje que los brujos y hechiceros ejercían sobre los campesinos europeos en estas fechas, para obtener víveres para el invierno, amenazando con todo tipo de calamidades y maldiciones a quienes les negaban lo que pedían. Es de allí de donde proviene la famosa frase de “Trick or treat” (“Te haré daño sino me das algo”) con que los niños tocan a las puertas.
Y lo que los niños hacen en esa noche no es menos malo —proporcionalmente— que lo que hacían los brujos de antaño... a quien no les da los dulces que ellos esperan le garabatean “tacaño” en sus paredes, le rayan la puerta o le hacen cualquier otro daño similar. Lo que los niños terminan por aprender es que tienen “derecho” a exigir —en realidad, a chantajear— a los demás, “castigando”, por propia mano, a quienes no se avengan a sus demandas. Y, por supuesto, caen también —demasiado a menudo— en actos de vandalismo.
Es como si en esa noche, al disfrazarlos de brujas, fantasmas y demonios, autorizándolos a pedir dulces —e, indirectamente, a dañar la propiedad privada— borrásemos todo lo que les habíamos enseñado, al decirles que las brujas y demonios son buenos (al menos esa noche) y que podemos aprender de ellos cómo exigir (con amenazas) todo lo que queramos.
Y esta absurda “fiesta” anglosajona se está promocionando cada vez más, en detrimento del “Día de la Canción Peruana”, que —en vez de dañarlos— enseñaría a nuestros niños a valorar la belleza de lo nuestro.
Sistemas Invertidos
Sistemas Invertidos
Pero más grave aún es el actual sistema de educar —o, para ser exactos, de maleducar— a los niños de hoy...
Antes, se les definían muy claramente todos sus deberes y se les exigía cumplirlos, aplicándoseles castigos sino los asumían (o si cometían alguna falta) y reservándose los premios únicamente para aquellos esfuerzos que iban más allá de lo que eran sus obligaciones.
En la actualidad, el niño crece entre pautas difusas o contradictorias —si acaso se le llega a dar pauta alguna— castigándosele únicamente si logra enfurecer a sus padres y premiándolo, en cambio, en caso de que cumpla con sus propios deberes.
¿Qué podemos esperar de un niño criado así...? ¿Acaso no esperará siempre —incluso de adulto— que se “le premie” por realizar lo que es simple y concretamente su deber desde un inicio? ¿Acaso no se sentirá defraudado y resentido si no recibe lo que cree que “merece”? ¿Hasta dónde se esforzará una persona así por dar lo mejor de sí misma...?
Con el falso criterio de “no corregir y no castigar”, nunca llegamos a formar al niño y con la errónea actitud de pagarle “premios” por cumplir lo que son sus propios deberes, lo corrompemos, enseñándole a “cobrar” por hacer lo que debe.
No es, por tanto, de extrañar que —cuando llegue a mayor— esa persona tenga un precio y se vuelva un mercenario más, recibiendo (y hasta exigiendo) sobornos... puesto que eso es lo que se le ha enseñado desde pequeño.
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