sábado, 28 de septiembre de 2013

La Guerra De Los Sexos • 1ª Parte

Los hombres y mujeres de hoy en día se hallan pagando las duras consecuencias de una guerra generalizada que se inició hace ya más de 200 años... y aún dura. Ella es la principal destructora de hogares y la causante de la infelicidad de millones de seres humanos y el germen de esa tan generalizada sensación de angustia, incomodidad y tensión que a inicios de siglo se conocía como «el vacío vivencial» y actualmente se ha dado en llamar «stress».
Y sin embargo, esa desastrosa guerra muchas veces pasa desapercibida...


Mujer soldado
por Marie N. Robinson, M.D., Ph.D. (1958)

       Cuando uno se detiene a comparar la mujer auténticamente femenina -y sana- con la actual mujer neurótica (total o parcialmente frígida, angustiada, con "stress", etc.), ciertas preguntas nos vienen de inmediato a la mente: ¿Por qué -por ejemplo- hay tal cantidad de mujeres neuróticas hoy en día? ¿Es que millones de mujeres siempre han sido así, o es un problema de nuestra época? ¿Por qué -si el ser femenina puede ser tan agradable- tantas mujeres se aferran a sus neurosis y problemas, pudiendo llegar a solucionarlos?

       Para contestar a todas estas preguntas en forma parcial (o total), es necesario conocer primero un poco de historia, pues, a pesar de que cada caso de neurosis representa un problema psicológico a nivel individual, hemos encontrado que -sociológicamente hablando- la neurosis está enraizada en ciertos eventos destructivos que han afectado a la mujer durante los últimos doscientos años. Si logramos comprender esos eventos, comenzaremos a ver la imagen global del problema que ha sacado totalmente fuera de perspectiva a la mujer moderna, pudiendo recién distinguir cómo fue que ella perdió la dirección correcta y su sentido de ser mujer... y lo que debe hacer si desea algún día recuperarlos.

       La historia que les voy a relatar es la historia de una guerra... una guerra amarga y destructiva: La Guerra Entre Hombres Y Mujeres. Para demasiadas mujeres y hombres, aún continúa.

       Comenzó a fines del Siglo XVIII y el aparentemente inocente suceso que la inició fue la invención de la máquina de vapor, que dio paso a la era moderna. Parece difícil creer que este sistema -ya casi obsoleto- de crear poder pudiera ser tan importante... pero lo fue. Lanzó la así llamada "Revolución Industrial", que cambiaría toda la estructura de nuestra sociedad: nuestro modo de hacer las cosas, nuestro modo de vivir, la moral, la religión, el arte... ¡todo!

       Trágicamente, también cambió el hogar. Sería más exacto -si bien más desolador- el decir que destruyó el hogar; al menos, el hogar como se conocía hasta entonces. Aclaremos...

       En esa época, nuestra sociedad era -casi completamente- rural y basada en la agricultura; en otras palabras: los hogares eran granjas. Habían ciudades y algo de industria, por supuesto, pero, donde existían las industrias, éstas eran casi totalmente industrias hogareñas, manejadas por familias individuales. El hogar, entonces, era, casi sin excepción, el centro de toda la vida, tanto económica como social y educacional. Todo se producía en casa... no habían tiendas para ir a comprar nada. El hombre fabricaba hasta sus propias herramientas, siendo su propio herrero, carpintero y arquitecto, construyendo su propia casa y cuidaba de mantenerla en buen estado.

       El lugar de la mujer en este antiguo hogar familiar estaba indisputadamente en el mismo centro, como compañera fiel -a nivel con su esposo- en las múltiples responsabilidades, deberes, gozos, esperanzas, y temores del hogar. Su trabajo era pesado y constante: ella cocinaba los productos que había cultivado y cosechado con su esposo, tejía la tela, cosía las ropas para toda la familia, limpiaba, fregaba, lavaba y planchaba de la mañana a la noche.

       Los niños, en cuanto tenían la edad suficiente, aliviaban en algo sus labores; pero ella era la responsable de su educación -pues las escuelas públicas no existían aún- y ésta no consistía simplemente en leer y escribir, sino en todo lo que ella sabía de la multitud de artes, oficios y técnicas que se requerían para manejar el hogar.

       Su recompensa por todo esto era el hecho de ser necesaria, amada y tenida en la más alta estima por su esposo y por toda su familia. Si la mujer fallaba en sus deberes o moría, eso no sería meramente un evento triste o inconveniente para la familia... ¡sería un desastre!

       Y es que todas las actividades de este papel de apoyo, si bien diferentes de las del hombre, eran igualmente importantes.

       El concepto de frigidez en el matrimonio era prácticamente desconocido para la mujer de entonces... El amor, su hogar y su trabajo diario eran una experiencia unificada y profundamente satisfactoria para ella en todos los niveles. Como mujer, ella se sabía intensamente necesaria y, habiendo sido criada para ser capaz de enfrentar esta necesidad, no tenía ocasión alguna para dudar de su propio valor o habilidades.

       Entonces, lenta y deliberadamente, sus deberes y responsabilidades le fueron quitados uno a uno: su relación tan cercana con su marido fue destruida y su importancia ante sus propios hijos disminuyó dolorosamente.

       Las nuevas máquinas comenzaron a tomar el control y a desplazar todas aquellas cosas que se hacían antes a mano. El transporte se desarrolló y el comercio entre lugares que antes eran remotos el uno del otro se hizo posible. Un hombre podía ahora hacer mucho más dinero del que jamás había soñado, con sólo cubrir una necesidad de algún grupo o comunidad. Y así la industria, en el sentido en que la conocemos ahora, comenzó apresuradamente. Las fábricas brotaron y necesitaban hombres para manejarlas. Entonces los esposos, que hasta entonces habían trabajado en el hogar, al lado de sus esposas, comenzaron a trabajar fuera del hogar, desarrollando vidas independientes -hasta cierto punto- de las actividades y preocupaciones de su casa.

       El surgir de los bienes manufacturados de las fábricas, comenzó a convertir las habilidades hogareñas y las técnicas que usaba la mujer en innecesarias. Conforme el tiempo pasaba y las nuevas ideas se desarrollaban para enfrentar las nuevas condiciones creadas por las máquinas, la educación de los niños pasó del hogar a una nueva institución: la Escuela pública.

       Todo esto ocurrió lenta, muy lentamente, a lo largo de generaciones, y los resultados de la Revolución Industrial no se sintieron en toda su fuerza y alcance hasta nuestro siglo.

       Al principio, el proceso fue tan gradual que tan sólo algunas mujeres desparramadas aquí y allá, sintieron el impacto del cambio, pero, con el transcurrir de los años, el proceso se extendió y más y más familias fueron arrastradas al vértice de la industrialización y finalmente cambió las vidas de cada individuo en la tierra.

       Muy lentamente, pero en todas partes, las mujeres comenzaron a despertar de un sueño centenario de paz y felicidad para encontrarse desposeídas. Su lugar central en el hogar había desaparecido, junto con él habían desaparecido su importancia económica, su cercanía de trabajo y compañerismo con su esposo, sus funciones de profesora y guía moral de sus hijos... Hasta los mismos hijos se habían ido al colegio, tal como los esposos se habían ido antes a las fábricas y a los nuevos lugares de trabajo.

       ¡Sí! ¡Había sido desposeída! Desposeída de todas aquellas cosas que durante siglos habían definido para ella lo que era ser mujer, lo que había apoyado a su ego y le había proporcionado el conocimiento cierto de que el ser mujer, por duro que fuese, era una cosa maravillosa y deseable. Ella sentía su femineidad misma devaluada y todas las cosas que representaba dejadas de lado, como si nadie las quisiera.

       Entonces reaccionó violentamente y con cólera ante esta depreciación de sus atributos femeninos, de sus habilidades y funciones. Desgraciadamente, su reacción fue equivocada... el tipo de reacción de la cual ninguna solución feliz para ella se podía lograr.

       Al buscar el villano en el asunto, cometió el error de echarle la culpa nada menos que a su compañero a lo largo de los siglos: El hombre. Según ella, él era el que la había abandonado, el responsable por su pérdida de auto-respeto como mujer y madre, por la pérdida de su igualdad social, mental y moral. Seguramente, los hombres despreciaban a las mujeres. ¡Muy bien! ¡Ella les mostraría de lo que era capaz! Simplemente dejaría de ser mujer. Entraría a la competencia contra ellos en su propio nivel. ¡Al diablo con ser una mujer! ¡Ella sería un hombre más!

       ¿No lo cree...? ¿Le parece exagerado...? ¿Las mujeres como sexo jamás habrían tomado tal decisión? Bueno, miremos más de cerca algunos de los hechos...

       Es especialmente importante para ello el detenernos a analizar en detalle el Movimiento Feminista: Fue lanzado por Mary Wollstonecraft en 1792 -menos de treinta años después de la invención de la máquina de vapor que dio paso a la Revolución Industrial- y su poder e influencia fueron enormes... y siguen siéndolo hasta nuestros días. Ha sido el vocero auto-asignado de las mujeres por más de doscientos años y su programa de reformas ha logrado realizarse casi hasta el último detalle.

       ¿Qué era lo que el Movimiento Feminista intentaba realmente lograr? Me permito citar lo que dos profundos estudiantes del Feminismo, Ferdinand Lundberg y Marynia F. Farnham, dicen en su libro "Mujeres Modernas, El Sexo Perdido":
"Lejos de ser lo que decían ser, esto es, «un Movimiento para lograr una mayor auto-realización de la mujer», el Feminismo fue la negación misma de la femineidad. A pesar de que era hostil a los hombres y hostil a los niños, en el fondo era, por encima de todo, hostil a las mismas mujeres, ya que las llevó a cometer un suicidio como mujeres, al intentar vivir como hombres... Psicológicamente, el Feminismo tenía un único objetivo: El logro de la masculinidad en la mujer... o el mayor acercamiento posible a ello. Hasta donde -desgraciadamente- lo logró, solamente produjo un inmenso sufrimiento individual para los hombres -así como para las mismas mujeres- y mucho caos social."
       ¿Cuál era entonces el Programa de las feministas? De hecho Mary Wollstonecraft lo había enunciado en forma completa en su libro "Una Vindicación de los Derechos de la Mujer" y el Movimiento Feminista jamás se desvió de sus demandas originales: Ella afirmaba que hombres y mujeres eran idénticos en todas sus características fundamentales y que, por tanto, las mujeres debían recibir la misma educación que los hombres, ser gobernadas por las mismas pautas morales, hacer el mismo trabajo y tener idénticos derechos y deberes políticos. Las mujeres debían ser tratadas exactamente como los hombres en cada detalle de la vida y se les podía hacer las mismas demandas que a ellos en todos los campos y aspectos.

       El atractivo de este programa fue enorme. La mujer del Siglo XIX se dijo: "¡Ah! Si tan sólo pudiéramos lograr esto, entonces podríamos volver a ser felices una vez más". El hecho -y es tristemente sencillo comprobarlo- es que ahora todo el programa se ha logrado realizar... pero la mujer moderna, habiendo cosechado sus "beneficios" en forma plena, está más confundida y, probablemente, mucho más infeliz que antes.


Continuará...
 
 

3 comentarios:

  1. Muy atrapante la verdad me gusto y espero la segunda parte

    ResponderBorrar
  2. Gracias por tus comentarios. Puedes encontrar la segunda parte en:
    http://ricardobadani.blogspot.pe/2013/10/la-guerra-de-los-sexos-2-parte.html

    ResponderBorrar

Danos tu opinión...