Los hombres y mujeres de hoy en día se hallan pagando las duras consecuencias de una guerra generalizada que se inició hace ya más de 200 años... y aún dura. Ella es la principal destructora de hogares y la causante de la infelicidad de millones de seres humanos y el germen de esa tan generalizada sensación de angustia, incomodidad y tensión que a inicios de siglo se conocía como «el vacío vivencial» y actualmente se ha dado en llamar «stress».
Aquí culmina este Artículo sobre esta guerra invisible, pero desoladora.
por Marie N. Robinson, M.D., Ph.D. (1958)
Continúa...
Hasta donde el Movimiento Feminista se lanzó en contra de los
hombres y, al mismo tiempo, llevó a la mujer a masculinizarse y despojarse de
su naturaleza femenina. El Feminismo, desde su inicio, fue (y aún sigue siendo)
profundamente neurótico... y venimos cosechando -desde entonces- las
terribles consecuencias de la tempestad que desató.
La ira de las feministas estaba en la realidad dirigida contra
sí mismas (aunque ellas, muchas veces, no se dieran cuenta de esto)...
Sabemos por ejemplo, que, para dar a luz niños, una mujer debe
tener una cierta seguridad, la protección del hombre y un lugar donde
permanecer y el matrimonio ha sido la respuesta de la sociedad a esta necesidad
femenina desde tiempos inmemoriales. Pero las feministas se colocaron en contra
del matrimonio formal: La mujer -sostenían- tenía el derecho, tal como los
hombres, de ser promiscua sexualmente y vivir con quien le diera la gana, por
el tiempo que ella quisiera. Si quería casarse, debería poder hacerlo, pero
también debería tener el privilegio de dar por terminado el matrimonio cuando
lo deseara o al cansarse del hombre.
Sabemos, también, que el amor maternal por los niños,
particularmente por sus propios hijos, es una de las principales
características de la condición de mujer, siendo tan típica de ella como su
anatomía femenina y que solamente las mujeres más enfermas mentalmente
desertarán o rechazarán a sus hijos. La maternidad está tan profundamente
arraigada en el sexo femenino que puede observarse hasta en los animales.
Las feministas en cambio decían que la maternidad era una
trampa, un conjunto de falsos valores vendido a la mujer por los hombres a fin
de mantenerlas esclavizadas. No se debería permitir que los niños interfirieran
de ninguna forma con la nueva "libertad" de la mujer. Las feministas
recomendaban, por tanto, poner a los niños en manos de cuidadores
"debidamente entrenados". Entonces, surgieron las Guarderías
Públicas, los Grupos Pre-kindergarten y todo lo que pudiera dar
"libertad" a la madre. Liberar a la madre de sus hijos... ¿para qué?
Para trabajar en las oficinas y fábricas como los hombres, por supuesto. Para
sustituir a sus maridos por jefes y compartir el "privilegio" de ser
contratadas o despedidas. Concretando: Para ser hombres.
Si el espacio me lo permitiera, continuaría... Muy pocas de las
primeras feministas de hecho lograron vivir de la manera que tanto prescribían;
pero está tan claro como el cristal, que ardientemente lo desearon. En realidad
no hubieron tantas feministas en número, pero las que habían, hacían propaganda
incesante y al final sus ideales y creencias se convirtieron en los ideales y
creencias de millones de mujeres.
Aquí, lo más importante a recordar es que el Credo Feminista
desacredita -detallada y conscientemente- las auténticas necesidades y
características de la mujer, sustituyendo incluso las metas femeninas por metas
masculinas.
Pero el Movimiento Feminista no era el único frente entre los
hombres y las mujeres, era tan sólo el más chillón y el más militante. Sin ser
notada, oculta, desconocida aún a las mismas mujeres, la guerra contra la
sexualidad femenina, contra el florecer de la verdadera femineidad estaba
siendo desarrollada en cada hogar en la tierra. La casta y dignificada heroína
de este frente oculto era la mujer puritana, de modales refinados y muy
cuidadosa al hablar. Echémosle ahora una rápida mirada...
Su reacción a la pérdida de posición en el altamente creativo
hogar familiar, que había precedido a la Revolución Industrial, fue tan
violenta como la de las feministas, pero totalmente inconsciente. Se sentía
rechazada, se le había quitado su lugar y se habían devaluado sus funciones
sexuales y maternales. Ella entonces desarrolló una perfecta técnica para
manejar la situación: Simplemente negó la existencia de la sexualidad femenina.
El sexo, de acuerdo con ella, era -exclusivamente- una característica
masculina; la mujer no lo tenía en su naturaleza. A pesar de que ésta era una
forma de venganza psicológica contra el hombre que la había rechazado, ella
tuvo un éxito sorprendente en convencer a los hombres en general (incluso a los
científicos de su época), que la frigidez era un atributo básico de la mujer.
La mujer puritana era, por supuesto, inconsciente de sus propios motivos al
afirmar que ella era biológicamente frígida. Ella misma se lo creía enteramente
y hay mucha evidencia para indicar que la mujer individual habría sufrido un
profundo shock si se hubiera dado cuenta de que no era tan poco responsiva como
se le había enseñado que era o como quería ser. Por tanto ella mantenía tales reacciones
como un oscuro secreto.
La frigidez como un Artículo de Fe puritano se expresa en la
convicción de que la mujer "no debe ser valorada por su sexo" y su
influencia aún está muy con nosotros en nuestras actitudes conscientes e
inconscientes.
Esta es por tanto la herencia de la mujer de hoy: Por un lado,
de la mujer victoriana, una profunda creencia de que ella es, o debería ser
no-sexual, frígida por ley natural. Por otro lado, de las feministas, que el
hombre es el enemigo natural de la mujer y que ella, por tanto, debería
descartar del todo su femineidad, oponerse al hombre, suplantarlo y convertirse
en hombre.
Por favor, deténgase ahora un momento a pensar el efecto de
estas actitudes sobre el hogar: La hostilidad de la mujer contra su marido y
toda la miseria que este odio implica, es un hecho; pero el efecto sobre los niños
es lo decisivo...
Las actitudes inculcadas en muchas mujeres modernas desde su niñez,
harían que a uno se le pongan los pelos de punta... Avergonzarse de su propio
cuerpo y sexo. Tener vergüenza de la menstruación y disgusto con ella; odiarla,
incluso, porque es el umbral del despertar sexual. Temer el embarazo y la niñez.
Todo esto acompañado de regaños y castigos por tempranos (y naturales)
sentimientos (y experimentos) sexuales. Se busca sistemáticamente la depreciación
(hasta la destrucción) de la imagen del padre como un ideal para que la niña lo
pueda amar o emular. En general, las mujeres de hoy aprenden muy tempranamente
-y demasiado bien- a depreciar y despreciar su propia femineidad en todas sus
manifestaciones importantes.
La Dra. Marynia Farnham escribe: "La expresión más precisa
de la infelicidad es la neurosis. La base para la mayor parte de esta
infelicidad yace en el hogar infantil. Y el principal instrumento de la creación
de esta infelicidad... son las mujeres."
Tanto la mujer puritana como la feminista estaban -consciente o
inconscientemente- en contra de la sexualidad femenina por considerarla una "debilidad".
No es posible que la mujer sea masculina sexualmente, por tanto, respaldar el
que ella debe ser exactamente igual al hombre, es igual (o peor) que anular su
sexualidad.
Por supuesto el feminismo como una actitud consciente hacia la
sexualidad, pareció triunfar finalmente sobre el puritanismo. Sin embargo, en
la actualidad, vemos el puritano canto de "no ser un «objeto sexual» sino
ser valorada como persona" repetido hasta la saciedad no sólo por las feministas, sino hasta por la mujer común.
La "flapper" (descocada) de 1920 presentó la
no-intencional flor de la filosofía feminista de la vida, su definición de lo
que constituía la femineidad. En realidad, era una caricatura de mujer, una
imitación barata y vulgar del sexo opuesto, un hombre de segunda clase.
Felizmente, ella no sobrevivió como un ideal consciente, pero -por desgracia-
la errada filosofía que la creó, sí sobrevivió... y aún nos daña.
La depreciación de la femineidad y de sus metas -biológicas y psicológicas- se convirtió en parte integral de la educación de millones de niñas en todo
el mundo. El cuidado de la casa, el tener niños y criarlos, fueron sistemáticamente
despreciados. Una vida de logros masculinos suplantó la vida natural de los
logros femeninos.
El antagonismo feminista y puritano contra los hombres también
sobrevivió... Ha pasado de madre a hija de generación en generación por tantos
años que, para millones de mujeres, la hostilidad contra el sexo opuesto parece
(casi) una "ley natural". Si bien algunas mujeres modernas pueden, de
labios para afuera, alabar el ideal de un apasionado y productivo matrimonio
con un hombre, en el fondo -en mayor o menor grado- resienten su rol y
conciben al hombre como fundamentalmente hostil a ellas y como un explotador.
Ellas, en lo profundo de su corazón (y muchas veces sin ni siquiera darse
cuenta del hecho), desean suplantarlo e intercambiar roles con él. Y es que
aprendieron esta actitud en las rodillas de su madre. Lo poco que ellas puedan
aprender en contra de esto, se ve muy pronto anulado por la gran efectividad de
la constante (y casi universal) repetición de estos destructivos planteos en el
medio.
Claramente, por tanto, si ésta es la dirección histórica que las
mujeres han tomado, la mujer individual que desea convertirse en una mujer auténtica,
debe cambiar esta dirección. Esto sólo lo puede hacer deteniéndose a pensar...
y a pensar muy largamente. Porque entre las mujeres que la rodean no encontrará
mucho (ni poco) apoyo para su deseo de volverse femenina.
Por más de doscientos años, las mujeres han echado la culpa de
sus problemas al mundo exterior. Han usado las dificultades -muy reales-
creadas por los cambios sociales revolucionarios, para evitar la tarea de mirar
dentro de sí mismas para hallar el auténtico problema y la única autentica
solución. Se han concedido una orgía de autocompasión al dedicarse a señalar
con el dedo a los hombres.
Si los resultados hubieran sido distintos, si esta actitud les
hubiera traído felicidad y un sentido de completamiento, si el feminismo y el
victorianismo las hubieran hecho buenas madres y esposas felices o -incluso-
las hubiera satisfecho con su nuevo lugar en la industria... tal vez todo este
juego habría valido la pena. Pero, definitivamente, no lo ha valido. Este juego
solamente ha traído frigidez, angustia, dolor y una tasa de divorcios que se ha
disparado, así como neurosis, homosexualidad, delincuencia juvenil... La
experiencia demuestra que los resultados que se obtienen cuando la mujer
abandona su auténtica función de mujer... son siempre trágicos y desastrosos.
El ver la propia responsabilidad en una situación es a menudo
difícil, sin embargo en este problema de la frigidez, el no asumir la propia
culpa es aún más difícil... por sus resultados. Significa -y ha significado ya
para millones de mujeres- el cometer suicidio sexual al abrazar el
aislacionismo emocional como si ésta fuera la condición adecuada para la mujer.
El cambio depende del esfuerzo de cada una para reconocer tanto sus
errores como su auténtico papel... de mujer.