miércoles, 16 de octubre de 2013

El gran país del “Señor Tango”


     Esa noche fuimos llevados de vuelta al canal y, mientras esperábamos para entrar al Set, escuchamos que Susana decía ante cámaras que, por primera vez en la historia de su programa, ellos recibían durante dos días consecutivos a un mismo invitado y que habían tenido que invitarnos nuevamente ya que habían recibido una gran cantidad de llamadas de personas que quería saber más sobre nosotros y que incluso le daba vergüenza confesar el rating tan alto que habían tenido.

     Nuevamente, durante la entrevista y fuera de ella, Susana se comportó como toda una dama y nosotros salimos más encantados con ella aún que el día anterior.

     Cuando ya nos estábamos despidiendo, el Productor —que se había enterado de que habíamos sacrificado nuestra visita al espectáculo de tango por aceptar su pedido de entrevista— se acercó para agradecernos y para entregarnos entradas para «El Señor Tango».

     El Señor Tango era un Restaurante-Teatro montado en una vieja Estación restaurada y acondicionada especialmente, tan en boga en esos momentos, que usualmente había que hacer reservaciones con un mes de anticipación y gozaba de una clientela bastante exclusiva, incluso, aquel día, se hallaba presente la Princesa de Liechtenstein, entre otras renombradas personalidades del medio argentino.

     El local, que noche a noche daba espléndidos shows, era precioso. Estaba decorado con un escenario central en forma de una tarima circular en varios niveles, en el nivel superior había tan sólo un farolito hacia un lado y a nivel del piso, rodeando esta gran "torta" se ubicaba la orquesta. A todo el rededor, en los distintos pisos, estaban los palcos con las mesas que, estratégicamente bien ubicadas, permitían que la gente viera el escenario mientras gozaba de una excelente comida: carnes a la parrilla acompañadas de un buen vino tinto.

     El espectáculo… ¡Dios mío! ¡Fue realmente espectacular (valga la redundancia)! Se presentaron cuatro parejas en total, cada cual con un estilo muy particular, lo que hacía que cada coreografía fuese absolutamente original y generase expectativa. ¡Esa noche todos nos enamoramos del Tango!

     La comida —que también nos había sido obsequiada por el canal— definitivamente estaba a la altura del local y nosotros nos hallábamos fascinados comiendo y disfrutando del excelente vino argentino —el cual, los atentos mozos, sin escatimar, se apresuraban a verter en nuestras copas de tanto en tanto—... hasta que el administrador del local se acercó a Ricardo y le comentó que, según la tradición del Señor Tango, acostumbraban solicitar la participación de los invitados ilustres. Ricardo por supuesto aceptó, pero lo terrible del caso fue que la invitación la hicieron extensiva a todas nosotras y Ricardo también aceptó… ¡adiós apetito!

     ¡Dicho y hecho! Terminado el Show Profesional, nos condujeron a todos al Escenario.

     A nosotras seis nos distribuyeron a lo largo del ruedo del nivel inferior, asignándonos un bailarín a cada una e incluso tuvieron que sacar a algunos de los músicos para completar el número. Nuestras parejas de baile, amablemente, nos explicaron de manera rápida algunos sencillos pasitos antes de que comenzara la música. “Sencillos” es un decir, claro está… ¡pues para algunas de nosotras el Tango resultó ser un fascinante pero entreverado enredo de pies difícil de desanudar!

     En esos momentos, lo único que yo quería era que todo terminara rápidamente y, habiendo ocultado lo mejor posible mi cara, para que no se notara lo roja que me encontraba, rogaba para no tropezarme con mis propios pies.

     A Ricardo, la figura central, lo hicieron subir a la plataforma superior del escenario y le pusieron delante a las cuatro muchachas que acababan de hacer su espectáculo, para que él eligiera con quien bailar... o, al menos, eso fue lo que él creyó e, intentando evitar a una bailarina que, si bien había danzado divinamente, había hecho un despliegue de movimientos y acrobacias que definitivamente iban más allá del poco conocimiento que él tenía de este baile, se estiró para coger la mano de la muchacha del extremo y, en su usual muestra de galantería le explicó que, sin desmerecer a ninguna de las otras tres, consideraba que su baile había sido el más sensual de todos.

     La muchacha lo recompensó con una brillante sonrisa y, sin previo aviso, soltó un coqueto “Mirá...” y cuando Ricardo, siguiendo el rumbo de su mirada volteó para ver a qué se refería, ella elevó la pierna enganchándolo por la cintura mientras todos los flashes de las cámaras fotográficas se disparaban simultáneamente cegándolo.

     Cuando empezó la música, Ricardo logró recordar los suficientes movimientos de Tango como para manejarse bastante bien con la chica que había elegido... hasta que se produjo una pequeña pausa en la música y la primera muchacha lo dejó en brazos de la segunda bailarina, luego pasó a la tercera y finalmente… a la del Tango Apache, culminando —aunque parezca increíble— con las cuatro bailarinas a la vez.

     Al menos tuvimos el consuelo de que, después de nuestra actuación, lo que escuchamos, fueron los aplausos del público.

     Cuando finalmente estábamos esperando en el bar de entrada a que se acercara el auto del estudio para llevarnos de vuelta al hotel, fuimos abordados por una horda de periodistas que nos cegaron nuevamente con las luces de sus flashes, durante tanto tiempo, que la sonrisa ya nos empezaba a temblar.

     Amigos nuestros nos dijeron que habíamos aparecido al día siguiente en todos los periódicos de Buenos Aires, pero nosotros abordamos el avión muy temprano ese día, habiendo paseado muy poco y comprado aún menos, pero trayendo hermosos recuerdos que, después de todos los años que han pasado, aún nos hacen sonreír.

     Esa visita a Argentina fue realmente una sucesión de gratas e inolvidables anécdotas que todos nosotros atesoraremos por siempre.

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