
Si bien es bueno que —al fin— se tomen las medidas para reparar el daño hecho y evitar nuevos daños, sería mucho mejor el que se comprenda y respete la imperiosa necesidad de no interferir jamás con el curso normal de la Naturaleza, pues todo intento de desviarse de lo Natural desemboca —inevitable y desastrosamente— en daño para la Humanidad... y para todo el Planeta.
No basta, entonces, con decir que “somos muy Ecológicos” porque no nos involucramos con las especies en peligro de extinción. Si no retornamos —cuanto antes— a lo Natural, la siguiente especie en peligro de extinción... seremos nosotros mismos, los seres humanos.

No cabe aquí la tristemente famosa excusa de que tengamos “Derecho” o “Libertad” de actuar como nos plazca, pues ese “Derecho” a actuar “libremente” como yo quiera (aunque dañe el medio ambiente) —aún si pudiese llegar a existir, lo que sería algo totalmente absurdo— termina donde nuestras acciones lesionan el Derecho a la Vida de toda la Humanidad.
Pero el rol de la Ecología va mucho más allá, enseñándonos que el equilibrio requerido para la supervivencia exige la compleja interrelación de todas y cada una de las partes en un solo Sistema integrado (el “Ecosistema” o medio ambiente, donde la vida pueda existir... y subsistir); por lo tanto, cada aspecto es importante de por sí, no pudiendo descartarse ninguno sin dañar absolutamente todo el conjunto y provocar consecuencias desastrosas.
Por esto, queremos plantear la necesidad de enfocar y valorar un aspecto hasta aquí descuidado de la Ecología:
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