Si a uno se le pidiera cuenta oficial y públicamente de todo
lo que ha dicho, aunque fuera en broma durante una alegre humorada, o en un
instante de malhumor, ello podría ser a veces fatal, aunque hasta cierto punto
razonable. Pero si se le pide cuenta pública de lo que otros dicen por uno sin
poder impedirlo, entonces se crea una situación digna de compasión. “¿Quién se
encuentra en una situación tan mala?”, podríamos preguntarnos. Pues, cualquiera
que goce de suficiente popularidad y sea frecuentado por los que se ocupan de
hacer “interviews”. Podrá el lector sonreír incrédulamente, pero lo he pasado
yo mismo en oportunidades más que suficientes y lo he de aclarar.
Imagine que una buena mañana lo visita un reportero y
requiere amablemente algunos informes sobre el amigo N. En el primer momento
usted sentirá algo así como indignación contra una sugestión semejante, pero en seguida se dará cuenta de
que no hay escapatoria posible.
Si rehúsa explayarse, el periodista escribe:
“He interrogado sobre N a uno de los que se suponen sus mejores amigos, pero el interpelado eludió prudentemente toda respuesta. El lector puede deducir por su cuenta todas las conclusiones del caso”.
De manera que no hay escapatoria y uno se anima a dar la
siguiente opinión:
“El señor N es un hombre alegre, de carácter sincero, amado por todos sus amigos. Sabe encontrar el lado bueno en cada situación y es infinitamente emprendedor y laborioso. Su profesión le absorbe todo su tiempo y las energías disponibles. Es muy amante de su familia y pone a los pies de su esposa todo lo que posee…”
A continuación va el artículo del reportero:
“El señor N no toma nada demasiado en serio, posee el don de hacerse querer por toda la gente, y afecta siempre un aire desenvuelto y lisonjero. Es en consecuencia, esclavo de su profesión y jamás llega a meditar en cosas que estén por encima de sus intereses personales, o en temas espirituales, que se eleven sobre aquélla. Mima de un modo extraordinario a su mujer y es un siervo incondicional y carente de voluntad ante sus menores caprichos…”
Bajo la pluma de un reportero auténtico, ello sonaría de
manera aún mucho más picante, pero para uno y el amigo N, esto es ya más que
suficiente. Por la mañana siguiente él leerá en el diario lo que figura en las
líneas precedentes y algo más que probablemente iría a continuación, y su furia
contra uno no tendrá límites, por más sereno y bondadoso que sea. El dolor que
le ha causado le afecta a uno indeciblemente, porque quiere con toda sinceridad
a su amigo.
¿Qué haría el lector en un caso como éste?
Si ha encontrado una salida a semejante situación, comuníquemela
cuanto antes, para que yo pueda poner en práctica su método lo más rápidamente
posible.
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